Capítulo 2.
El apodo
“...Cuando había terminado su tarea iba a un rincón de la chimenea y se sentaba encima de la ceniza, lo que dio origen a que la aplicaran un feo mote; más la menor, que no era tan mala como su hermana, la llamaba Cenicienta, a pesar de lo cual la pobrecita, con sus remendados vestidos, era cien veces más hermosa que sus hermanas a pesar de sus magníficos trajes…”
Como todos tenían que leer el libro, no faltan los niños que les gustan molestar, entonces empezaron a ponernos apodos a las niñas, habían de todos, Raticienta, Darkcienta, a mi toco Librocienta, porque siempre andaba leyendo, pero a una chica que venía de provincia, le pusieron Serracenicienta, eso me pareció cruel, mamá me enseñó que no se debía burlarse de las personas, sin importar condición social, raza ni sexo, esta compañera, era hija de provincianos que dejaron Huancayo, para venir a la capital, se dedicaron a la industria textil, hicieron una fortuna, y toda eso heredaría mi compañera, era blanca, con sus mejillas rosadas, y cuando la hacía avergonzar con el apodo, se ponía roja como tomate, una vez no aguantó más y se puso a llorar, hice de heroína, la defendí y para humillar a los otros le dije:
-Que tanto hablan, si su padre tiene más dinero que el de ustedes y podría comprar sus empresas y ustedes serían empleados de ella.-Ella se secó sus lágrimas, me miró con extrañeza y me regaló un Gracias, desde ahí nos sentamos juntas, íbamos a mi casa, a almorzar, a hacer las tareas, a ver televisión, yo le conté de la muerte de mi madre, de mi madrastra y mis mejores amigos, los libros, ella me contó de su Huancayo querido, de sus abuelos, de sus padres que adoraba y de sus odiosos hermanos menores, me confeso que no le gustaba leer mucho.
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